Es para que hagas lo que está en mi corazón que he esperado.

Texto de Diana Padrón para el libro La esfinge te prefiere, Museo de Teruel 2025.

Es para que hagas lo que está en mi corazón que he esperado*

Soñó que la esfinge le pedía que le limpiase la arena que cubría de tiempo sus patas. “Obsérvame –le dijo– en los días similares, el tiempo es provisional”. Aquella idea se apoderó de él del mismo modo que lo había hecho el sueño. Al menos debían haber pasado mil años, lo cual en aquel entonces era una eternidad. En el sueño había también niños y aves y alimentos y una llave medio enterrada en arena, y unos brazos levantados hacia el sol del este, el que amanece. Se escuchaba un 40% de risa. Recuerda que no era capaz de articular palabra durante esa fase del sueño, tras ser escogido para aquella misión que no terminaba de comprender. Khepri siempre había sido un misterio, por eso había que creer en ella. Pensó esto mientras miraba a sus ojos, a través de los cuales manifiesta su inteligencia. Entonces se inclinó a recoger la llave. La esfinge le dijo algo más, pero solo pudo recordarlo después.

Ya se ha dicho que los relatos de sueños son el más antiguo de los géneros literarios, pero aquel sueño navegó en su cabeza en forma de imágenes hasta el punto de que recordar el sueño era, en efecto, recordar aquellas imágenes. Tal vez los sueños además sean las más antiguas imágenes. En los sueños aparecen metáforas y metonimias, elipsis, flashbacks, momentos de insólito de detalle o inconsciente represión borrosa. Puedes recordar aquel objeto incongruente en un perfecto primerísimo plano, del mismo modo que apreciar una visión de conjunto, un barrido o un plano subjetivo. Son imágenes que articulan el recuerdo de un acto irrepetible, una acción cargada de realidad que con el paso del tiempo se desvanece. El exceso de vida se hace real en el recuerdo. Eso es: recordaba aquel sueño del mismo modo que hoy recordamos una conferencia dramatizada registrada con los recursos que fueron inventados (únicamente) para emular los sueños.

Orson Welles debió conocer el sueño de la esfinge, solo así se explica Rosebud. Aquel trineo fue la profecía del exceso de Xanadu, un misterio –el del origen– que queda atrapado en los sueños. Como Voz Contraria (2009), un sueño cinéfilo que nos recuerda una contradicción. Son dos actores / tiemblan / frente a un acantilado / muy biológicos / y sus corazones hacen tope. Todas las voces se contradicen, si no, no habría sueños. Eso dice Freud[1]. Incluso a los libros hay que ponerlos a prueba. Perfeccionando muerte (2016) parece también una contradicción. El oxímoron nos ofrece multiplicar las posibilidades de interpretar del mundo y la literatura lo debe haber tomado también del mundo de los sueños. Perfeccionando muerte puede parecer una contradicción, pero desde luego es un manifiesto contra la necrofilia, aquella que anuncia la muerte del cine. ¿Cómo puede morir lo que nos acompaña eternamente?

Joseph Addison decía también que cuando alguien sueña es a la vez el teatro, los actores y el auditorio[2]. Por eso Javier Peñafiel puede adivinar la temperatura de sus invitados. Es La Scala, Rosina Storchio y la ciudad de Milán. Hay que saber ser público antes que artista, ha dicho alguna vez. No es sólo una fantasía espía, es un sueño sobre el otro, un deseo de ser otro del otro. Monólogo jardín (2010) es de nuevo una voz antagonista que trata de materializar lo irreductible, el deseo, el gran enigma de la esfinge. Sin tu madurez este accidente no hubiera ocurrido nunca. Por eso lo recordamos con planos subjetivos que se pierden en anhelados detalles de ternura en el uno a unono todo tanto. Recordamos esas imágenes en divanes públicos, una especie de utopía psicoanalista del este, de donde viene Khepri, el sol que amanece.

Aunque sea por su mera relación con Edipo, la esfinge puebla los análisis psicoanalíticos. A menudo lo hace para señalar un destino fatal, un momento de cambio o un enfrentamiento con un tabú, pero ¿de qué manera se ha hablado de la esfinge en el interior de un sueño? Desde luego se puede pensar el sueño como una revelación de un síntoma, una represión, un trauma, desde una dimensión médica o una dimensión popular, desde una trascendencia o una mística, incluso desde una dimensión profética. Lo que no es posible es pensarlo como una práctica ensimismada. Soñar, por paradójico que sea, implica encontrarse con la alteridad. Je est autre no es una novedad[3]. El ángel del selfismo y el esnob se pierden en [ese] bosque de la mente. Ahora bien, en los sueños “no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos”, nos dice Jorge Luis Borges, un reconocido soñador de esfinges[4].

“El surrealismo nada tiene que ver con los sueños”, pensó después de aquella aparición de la esfinge en su sueño. Obsesionados por materializar lo inmaterial los surrealistas se quedaron sin su KA, sin su fuerza vital. Se quedaron con imágenes a menudo asfixiadas por una cierta literalidad de lo onírico. El trabajo de Javier Peñafiel desde luego no es surrealista, en todo caso es posrrealista. Nunca literal, más bien hermético. No con una voz, siempre con muchas: de egolactante, de documentalista, de sonámbulo o de Madame Bovary. Puede que incluso sea incapaz de hablar, que solo sea capaz de bal-bu-ce-ar. Diagnosis balbuceo (2015), nos traslada lo incomunicable de una pesadilla, una pesadilla de la que despertamos aliviados al comprobar que no hemos sido atrapados por Tánatos para atravesar la corteza terrestre hacia el mundo de Hades, que solo ha sido un mal diagnóstico o un sufrir momentáneo.

Pero, por supuesto, los sueños tienen un componente de indecibilidad al mismo tiempo que de incoherencia. El balbuceo sonambular es el recuerdo de un terror infantil anterior al habla. El egolactante se expresa no solo con propio lenguaje y sino también con su propia concepción del tiempo: invierno, primavera, otoño, verano, primavera, otoño, verano, invierno… Evidentemente, no es un tiempo lineal y no es casualidad que se evoque aquí a la esfinge, pues los sueños son una manera primitiva de pensamiento, como primitiva es nuestra infancia en el enigma planteado a Edipo. Los sueños son –siguiendo a Henri Bergson– “una forma sobre la que fijar la indecisión de los contornos”[5]. Como la esfinge, los sueños son intempestivos o, como la esfinge, los sueños son eternos si entendemos por eternidad lo mismo que entendía Hannah Arendt: resucitar el pasado atravesando la muerte, a diferencia de la voluntad de inmortalidad, que intenta evitarla[6]. La eternidad es otra manera de perfeccionar muerte.

La esfinge no informa / no trata con datos / fulmina el algoritmo / el silencio es su ambigüedad. La política sin advertencia nos ha privado de la posibilidad de una existencia ambigua. Vivimos en tiempos de escaso misterio. Ya no es el sueño de la razón lo que produce monstruos, sino la propia vigilia. El terror a la alteridad que nos habita, la que está en el interior de nosotros, se manifiesta en nuestros días a través de diversos tipos de fobias y utopías narcisistas. Vivimos en una apoteosis del super yo y el infra tú. En cambio, la pulsión de Eros que guía nuestros sueños lo que desea es otra forma de existencia. Incluso el cuidado de la pielle souci de soi[7]festejaba nuestros parásitos. Por eso urge reinventar estrategias de ensoñación a la vez que de escucha. 

Gaston Bachelard proponía emitir un sueño radiodifundido[8]. La radio –decía– tiene propiedades cósmicas: puede desplegar sus ondas acústicas en el universo para emitir un sonido que duerma a los oyentes. Algo así como una madre nube para quien quiera ser cubierto. Por algo los conciertos de música experimental –o asambleas de escucha– son frecuentados por Javier Peñafiel. De lo que se trata es de encontrar nuevas maneras de soñar. En su estudio de la subjetividad, Julia Kristeva se ha detenido en las dislocaciones, rupturas, grietas o recomposiciones del lenguaje en los sueños, a modo de escucha de esa otra escena del discurso[9]. El formato de conferencia dramatizada vendría a ser una exploración del lenguaje donde confluye lo poético, lo escénico, lo performativo, lo musical, y, por supuesto, el misterio.

No se le escapaba, de todas formas, que la esfinge que le hablaba era una escultura. Y del mismo modo que su voz resonaba sobre la risa de los niños que jugaban al fondo y hacía espantar a las aves que durante siglos habían anidado en los lóbulos de sus orejas, sus grandes patas seguían clavadas en la arena del desierto a la espera, tal vez, de que al desenterrarlas recobraran el movimiento. La esfinge era, pues, una obra de arte, al menos de momento. En tanto que obra de arte, se podría decir que no anunciaba un enigma, era el enigma mismo. En torno a los mismos años que la Máquina Enigma de Scherbius y Ritter, Marcel Duchamp había inventado, junto con un crítico de arte amigo, un curioso artefacto a partir de un ovillo de lana y unas placas de latón que llamó À bruit secret (1916). A propósito de esta obra, en un ensayo bajo el mismo título, José Luis Brea llegó a decir que el ruido secreto de Duchamp “es el secreto ruido que toda obra alberga” y que todo espectador debe agitar[10]. Adivina estos dibujos (2003) es, en cierta medida, una puesta en práctica de este ejercicio de agitación que es en sí mismo el acto de imaginar los secretos una obra.

Pensando en todo esto, entendió que lo que pretendía la esfinge era evitar caer en el olvido, pues toda esfinge necesita estar visible a la interpretación, la hermenéutica o el misterio. Entendió que toda obra de arte es, en definitiva, una esfinge y todo sueño, un acto de creación. El sol del este que representa la esfinge Khepri es el sol del futuro y se dio cuenta de que los brazos extendidos que acogían este nuevo sol eran sus propios brazos dirigidos hacia el KA de la esfinge como forma de encuentro o abrazo. Qué importaba si él era un faraón o un Hamlet o un crítico de arte o un psicoanalista o un animote o un Idio Te (2024). Como diría Jesús Lizano: todos son mamíferos[11].

Y después de toda esta reflexión que hizo al despertar, lo recordó. Recordó las palabras de la esfinge al final del sueño cuando le dijo: “es para que hagas lo que está en mi corazón que he esperado”. Y todavía se encontraba repitiendo mentalmente estas palabras cuando abrió su mano y encontró la llave que había recogido de los pies de le esfinge en el sueño, conservando aún algunos granos de arena que sacudió enseguida en la alfombra sobre la que se había quedado dormido. Nunca supo a dónde conducía.

Diana Padrón

Nota al lector: Las expresiones en negrita se corresponden a la voz de Javier Peñafiel, expresiones que aparecen en sus conferencias dramatizadas y que, como hilos, han contribuido a tejer este relato polifónico. Dado que muchas de ellas aparecen en varios de estos trabajos, con la intención de favorecer la lectura, he decidido no citarlas una a una.

*Este relato está inspirado en la Estela del sueño hallada a los pies de la Esfinge de Giza y que data de un milenio posterior a esta.


[1] Freud, S. (1899) La interpretación de los sueños. (Alfredo Brotons Muñoz trad.)Madrid: Akal, 2013.

[2] Addison, J. (1712) “Sobre los sueños” en The Spectator, n. 487, Londres, traducido en: Borges, J.L. (1976) El libro de los sueños. Barcelona: Random House, 2013.

[3] Rimbaud, A. (1871) Cartas de vidente. (Juan Abeleira trad.) Madrid: Hiperión, 1995.

[4] Borges, J.L. (1976) El libro de los sueños. Barcelona: Random House, 2013.

[5] Bergson, H. (1901) La construcción del sueño. (Fernando Correa Navarro trad.), Madrid: Alquimia, 2015.

[6] Arendt, H. (1958) La condición humana (Manuel Cruz, trad.) Barcelona: Paidós, 2009.

[7] Foucault, F. (1987) Historia de la sexualidad III: El cuidado de sí (Tomás Segovia trad.) Madrid: Siglo XXI, 2020.

[8] Bachelard, G. (1970) El derecho de soñar (Jorge Ferreiro Santana trad.) Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2008.

[9] Kristeva, J. (1983) Historias de amor (Araceli Ramos Martín trad.) Madrid: Siglo XXI, 2004.

[10] Brea, J.L. (1996) Un ruido secreto. El arte en la era póstuma de la cultura. Murcia: Editorial Mestizo, 1996.

[11] Lizano, J. (2009) El ingenioso libertario Lizanote de la Acracia o la conquista de la inocencia. Virus Editorial, 2009.